miércoles, 1 de octubre de 2008

Martín con Lluvia

Autor: Mario Capasso* (El siguiente cuento fue extraído de la página personal del escritor con previa autorización)

Martín se había despertado temprano, contento, feliz esa mañana de diciembre. Y claro, cómo no iba a madrugar, si era el primer día de sus vacaciones y encima su mamá le había prometido, como premio a tanto esfuerzo y estudio y las mejores notas, dejarlo ir a jugar a la plaza de ahí en la otra cuadra de su casa. Pero, ay, la felicidad no le duró mucho, apenas hasta escuchar el primer trueno y los que le siguieron casi enseguida y así darse cuenta de la lluvia que caía y hacía un ruido bárbaro en el patio. De todas maneras, se levantó y fue corriendo hasta la cocina. Su mamá tomaba mate cuando Martín le preguntó si igual podía ir a jugar a la plaza, se pondría las botas y tendría cuidado de no resbalarse y listo. No Martín, escuchó, si más tarde para de llover te dejo ir, pero ahora no, llueve mucho, sabés. Martín se marchó nomás a su habitación, no sin antes pedirle a su madre que le avisara si paraba la lluvia, porque a lo mejor él se dormía de nuevo. Un trueno sonó muy fuerte entonces, el trueno más fuerte de todos.

Ya en su cuarto, Martín se asomó a la ventana y vio unas nubes tan oscuras tan oscuras que le dio un poco de miedo y un poco de bronca. Entonces se puso a dibujar, todos decían que dibujaba bien, muy bien. Primero hizo unos árboles y unas plantas y unas flores, luego un tobogán, y a un lado las hamacas. Cuando se dio cuenta resultó que había dibujado la plaza de ahí en la otra cuadra de su casa. La pintó toda y quedó conforme, contento, otra vez feliz. Se lo iba a mostrar a su mamá y a lo mejor con eso la convencía para que igual lo dejara ir a jugar. Pero enseguida se dio cuenta de que algo le faltaba al dibujo, ¿qué cosa le faltaba? El sol, claro, cómo no se había dado cuenta, le faltaba el sol arriba, y entonces rápido rápido se puso a dibujar un sol amarillo y le salieron sin querer unas nubes grandes y oscuras, muchas nubes así como las de la tormenta en la ventana, y dibujó luego las muchas gotas de lluvia que caían sobre el único habitante de la plaza, un pibe que le salió muy parecido a él, y claro, si era él, cómo no le iba a salir muy parecido. Una lástima la lluvia en la plaza de la otra cuadra, pensó Martín, y una lástima también comprender que ya no le podrá mostrar el dibujo a su mamá, ni a su mamá ni a nadie se lo podrá mostrar, con el papel así, todo mojado. ^

*Mario Capasso nació el 9 de Marzo de 1953, en Villa Martelli, localidad del Gran Buenos Aires, República Argentina, en la que continúa residiendo.
Literariamente, se ha formado con Beatriz Isoldi, Nilda Adaro y Federico Jeanmaire.
Ha publicado tres libros:
EL FUTURO ES UN TROPEL ABSURDO, cuentos, año 1999.
EL EDIFICIO, Una novela en escombros, novela, Ediciones AQL, año 2002.
PIEDRAS HERIDAS, cuentos, Ediciones Corregidor, año 2005. Este último obtuvo el 2do. Premio del Fondo Nacional de las Artes, año 2003. El jurado estuvo integrado por Ana María Shua, Vicente Battista y Juan José Hernández.
Tiene un libro de relatos y dos novelas pendientes de publicación. Actualmente trabaja en una nueva novela (www.textos-en-escombros.com.ar).

domingo, 31 de agosto de 2008

La murcielagosis

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(Basado en un texto de Julio Arenas)
Autores: Iván René León, John Jairo Sarabia y Carolina Perbaq.


A diferencia de Gregorio, desperté siendo murciélago. Lo supe porque al abrir los ojos, hace dos minutos, luchaba aún medio dormido por desterrar mis dientes de tu cuello. Ahora todo está rojo de sangre y no me acuerdo de nada

Te veo a mi lado, y si no fuera por tus heridas, pensaría que todavía duermes. Aún en mi embotamiento intento descifrar los rastros sobre las sábanas que llegan hasta mis manos, mis manos que ya no parecen las mismas. En medio de la sangre seca enormes pelos gruesos parecen haberse incrustado en mi piel.

La sed recorre las entrañas de mi garganta, y aquella sangre maloliente que se cuela a mi nariz ya no me parece un plato apetecido. Entonces, intento levantarme, recorro el mar de sangre bordeando tu bello cuerpo, y veo tras de mí unas huellas detestables de tres dedos que hacen tambalear mi pesado cuerpo.

Aún trastornado, y con los ojos enmarañados de lágrimas viejas y razones perdidas, reconozco dentro de las penumbras de la habitación las notas musicales que surgen del viejo tocadiscos; parece como si hubiese dado vueltas toda la noche, repitiendo la misma canción, esa melodía suave, con voz triste, que acompaña la nostalgia de un pasado que no recuerdo.

Cuando intento mantener el equilibrio con mis débiles patas, tropiezo con un viejo mueble que se encuentra derrumbado en medio de la habitación. La fotografía donde estamos tú y yo abrazados, sonriendo, tiene los cristales rotos, esparcidos por el suelo. Trato de succionar recuerdos de aquél retrato, pero cuando lo levanto con mis largos y finos dedos, la imagen se desagarra como lo han hecho todos.

Ahora pienso que puedo rearmar la historia. Tantos objetos en desorden, esos platos sobre la mesa, la cena a medio probar, los cubiertos incompletos –falta un cuchillo-, el florero con el agua derramada, y los pétalos abandonados sobre el tapete, procuran darme piezas de un rompecabezas que desconozco.

Veo tus párpados cerrados que insinúan silenciosos el sueño incipiente. ¡Ay mi vida, no entiendo qué pasó! Voy al baño en busca del agua que calmará mi angustia. Mis pupilas se agigantan al verme frente al espejo roto, pues asombrado encuentro mi piel elástica y oscura, cuerpo de animal nocturno, con dientes sobresalientes.

Amor, ¿habré entrado en el terreno de la locura? No sé qué ha pasado. No recuerdo pociones en la cena, o una bruja que me haya regalado una maldición. Mi mente es un mar enredado de supuestos que sólo me llevan a laberintos más confusos.

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Repica el teléfono al fondo de la habitación. Logro llegar a él ágilmente pese a mis torpes movimientos, pero mi mirada se desvía antes de contestar la llamada: una carta al lado del teléfono me habla. Letras desconocidas: “Amor...¿cuándo nos permitirán estar juntos?...”. Y entonces, se apodera de mí aquella furia tan familiar que me hace creer que ya la he sentido antes.

El llamado apremiante a la puerta me arranca de las miles de posibilidades que construyo sin dar con una lógica que me satisfaga. Salgo al encuentro con tu cuerpo desnudo y rojo. Miro hacia la puerta donde retumban fuertes golpes, ahora, acompañados de gritos.

Mis puntiagudas y grandes orejas perciben todo a mi alrededor, murmullos lejanos, curiosas voces traspasan el cristal de la ventana aterrizando en su interior.

Es la policía, se habrán enterado. Veo la ventana como mi única salida. No me gustan las alturas.

Me tocó volar sin ensayar, pero no te preocupes: no me pasará nada, ya verás. Estas cosas ni siquiera hay que aprenderlas, al contacto con el viento, sin usar siquiera mi voluntad, se extenderán mis alas, y podré flotar en el aire como una paloma pequeña y tranquila. Acá vienen, y yo me voy. Tal vez sientas frío si abro la ventana, pero debo hacerlo. Todo saldrá bien, ya verás. ¡Uff! Aquí estoy, parado y feliz en mi ventana, como un pájaro divino. Como un murciélago. ¡Dios, esto es alto! Allá voy; a ver...


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